Pasamos nuestra vida conspirando y trabando nuestra
propia felicidad, nos colocamos barreras y cuando vemos que estamos a punto de
entregarlo todo por amor, salimos huyendo, cual prófugos. Vivimos esperando que
alguien nos salve, que nos rescate de ese vacío en el que estamos, cuando el
que tiene la obligación de salvarte eres tú mismo. Nos encanta quedarnos
anclados al pasado por temor al futuro, sin darnos cuenta que estamos dejando
que el presente se nos escape, por eso preferimos soltar al amor, antes que
vivirlo. Sin saber que soltarlo es despedirlo y toda despedida siempre acaba
por destruirte un poco más.
La duda de no saber si estás haciendo lo correcto es
un peso en la espalda con el que pocos pueden cargar. Dejamos que el monstruo que
llevamos por dentro salga a flote a destruir la felicidad antes que atreverte a
enfrentarlo. Porque siempre será más fácil echarle la culpa al otro que admitir
que tú eres el culpable.
No eres capaz de reconciliarte contigo mismo, al
contrario, prefieres dejar que el otro se enfrente a tus miedos y lleve tus complejos en su espalda. Sé que hay
cosas que te encantaría escuchar que nunca te dirán, sé que hay planes que
nunca saldrán como tú quieres y sé que existen diversas situaciones que llegan
a cambiarte la vida. Algunas te golpean y otras le dan un rumbo a tu destino.
Lo importante, es nunca rendirse ante el miedo, la decisión final siempre estará
en tus manos, y una vez que decides, nada vuelve a ser igual.
Nunca te rebajes ante el miedo y más si estás
dispuesto a tratar de superarlo, nunca te rindas si aún sientes deseos de
luchar, nunca le digas a nadie “no te amo” si sabes que no lo podrás soltar. No
vas a poder andar feliz por la vida hasta que no asumas tus errores, tus miedos
y complejos y trates de reparte a ti mismo, porque si tú no lo haces nadie más
lo hará por ti.