No es que tenga un horario fijo para recordarlo pero
casi siempre coincido todos los días con las horas en las que su recuerdo me
sacude el corazón. A las 2, a las 4 y a las 6. Porque 2 más 4 son 6, más 6, son
12, como los meses del año que llevo esperándolo. Él no lo sabe, creo que no se
ha dado cuenta, pero sus recuerdos armonizan mi vida. Tampoco sabe que lo
recuerdo siempre que llueve y todos esos domingos en los que no sale el sol. No
sabe que el recuerdo de su sonrisa funciona como brújula que capta mi atención.
Lo extraño, mucho más a cinco para las 12, cuando el calendario esta anunciando
que llego un nuevo día. Cuando me hace olvidar del pasado que tuve. Cuando
estoy de mal humor, cuando todo sale mal y recuerdo su calma. Desconoce que lo
recuerdo siempre, así como se recuerda todo aquello que le hace bien a la vida.
Le escribo casi siempre a las 10, tarde, cuando todo está a oscuras y sus
recuerdos me invaden. Sea como sea, lo quiero, estando cerca, lejos, siendo
diciembre, octubre, abril, enero, julio o febrero. Lo quiero a destiempo, sin
un despertador, sin tiempo, sin miedo a caer, sin miedo a decir que si y sin
latitudes que me hagan odiar el mar.
Pero creo que eso tampoco lo sabe porque en otra
línea temporal no lo extraño como lo hago ahora, porque allí, en otra línea
temporal, él no se ha ido, él está ahí, cerquita de mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario