Él ha estropeado momentos
transcendentales de mi vida, un montón de veces. Nunca pide permiso para llegar
y pretende quedarse sin definir fecha de retorno. Es un infeliz a la hora de
destruir aquello que realmente me importa, no mira hacia atrás, solo avanza
acabando con todo a su paso. Aprendí a esquivarlo cuando los demás lo
comenzaron a utilizar en mi contra. Le he enfrentado unas cuantas veces, he quedado hecha pedazos y el
condenado se ha llevado lo que más quería. Nadie quiere tenerlo en su vida y yo,
(por desgracia) le he dado asilo unas cuantas veces. Él es como la oscuridad
que nos perseguía de niños cuando íbamos a la cama. Sale a flote en las excusas
propias y en las ajenas. Te esclaviza, te hace parecer absurda y casquivana. Y no sé
cuánto tiempo pase antes de volver a encontrarme cara a cara con él, pero de
algo si estoy segura, tú, querido miedo, tú presencia me ha hecho más fuerte.
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